Nuestro fundador se llama Guillermo José Chaminade.
Fue un sacerdote francés. Los que le conocieron decían de él que era un hombre sencillo y amable, lleno de paz, que transmitía serenidad. Vivió la Revolución francesa en su propia carne. Fue perseguido y deportado. En su larga vida conoció el sufrimiento, pero nunca perdió la confianza en Dios ni la ilusión en los hombres.
La Iglesia lo reconoció como beato el 3 de septiembre de 2000.
Era un hombre sensible al Espíritu, atento a los signos de los tiempos, que comprendió que en la nueva cultura surgida tras la Revolución la Iglesia tenía también una misión. Aquel vino recién fermentado no se podía colocar en odres viejos, era preciso crear nuevas vasijas que no se resquebrajaran.
Su gran sueño era reavivar la llama de la fe en todas partes. Su sueño se hizo realidad cuando en torno a 1800 puso en marcha un grupo de seglares y en 1816 junto con Adela de Batz de Trenquelleon fundaron una comunidad de religiosas llamadas Hijas de María Inmaculada. Un día de 1817, seis hombres pertenecientes a los grupos de seglares se consagraron como los primeros religiosos de la Compañía de María.
Los nuevos odres no iban a tener la forma clásica. Los marianistas nunca llevamos hábito y nos adaptamos a la forma de vestir de la época. La identidad religiosa no necesitaba de distintivos exteriores, sino de una profunda convicción y entrega decidida. Desde nuestros comienzos tampoco establecimos distinciones entre religiosos sacerdotes y religiosos laicos, dejando atrás la estructura clerical de la Iglesia de entonces. Sacerdotes y laicos ejercemos desde la igualdad de derechos y obligaciones el servicio que cada uno tiene encomendado.
Murió en Burdeos en 1850. Su obra está hoy extendida por todo el mundo con una gran vitalidad de vida y misión al servicio del Evangelio y de los hombres.